Siempre se ha debatido entre la polémica acerca de la relación entre el tamaño del cerebro y la inteligencia. Los científicos están de acuerdo en una cosa: Un cerebro grande no garantiza una gran inteligencia.
Gracias a los arqueólogos, sabemos que nuestros antepasados experimentaron dos períodos, cada uno de más de un millón de años, en los que las técnicas de fabricación de herramientas no mejoraron gradualmente, a pesar de un considerable incremento paulatino en el tamaño del cerebro.
La ventaja de un cerebro más grande sería un mayor espacio para elaborar palabras en frases cortas, algo necesario para el trabajo en equipo a fin de determinar quién hará qué.
Sin embargo, aún en estas circunstancias, no se produjo un incremento del ingenio en general, demostrado en las técnicas de fabricación de herramientas. Peor aún para la hipótesis de "más grande es más listo y mejor", está el hecho de que los Homo sapiens que habitaban África hace unos 200.000 años con un cerebro del tamaño del nuestro, pasaron con unas pocas excepciones los siguientes 150.000 años haciendo las mismas cosas que ya hacían antes, sin progresar.
El concepto de "más grande es mejor" puede ser verdad para algunos aspectos, como los que se benefician de las ventajas asociadas al protolenguaje, el trabajo compartido o el lanzar un objeto con buena puntería.
Sin embargo, durante períodos largos en la evolución humana, la inteligencia general no mejoró mucho. No obstante, cuando finalmente lo hizo, los resultados fueron espectaculares. Retrocediendo de 75.000 a 50.000 años atrás, en África encontramos una ráfaga de creatividad. Las gargantillas y los pendientes aparecen primero, luego grandes figuras, y hace 35.000 años, pinturas en paredes de cuevas europeas, efectuadas con perspectiva.
Aquellos humanos desarrollaron las funciones intelectuales superiores, como la sintaxis, que hace posible la elaboración de frases largas; la planificación multietapa, cadenas de lógica, juegos con reglas arbitrarias y la afición por descubrir pautas escondidas.
La búsqueda de la lógica de las cosas se ve en la fabricación de rompecabezas o crucigramas, en hacer ciencia y en gastar una broma. Se cree que es probable que todos ellos compartieran alguna maquinaria neural para la manipulación de estructuras y el juicio coherente. La mejora de uno por selección natural, permitiría mejorar también a los demás. Esas funciones fueron realmente nuevos usos de viejas cosas, probablemente los mecanismos del cerebro para la estructuración de movimientos. La dificultad vino en controlar la calidad de los nuevos comportamientos.
Es esa combinación de pensamiento estructurado y la mejora de su calidad lo que condujo a los niveles humanos de conciencia contemplativa.
Hay un segundo punto en el que los científicos también se ponen de acuerdo: Un cerebro pequeño como el de una hormiga, por ejemplo, no se relaciona con una gran inteligencia.
Sin embargo, hay un mar de discrepancias. Si el tamaño del cerebro determinara la inteligencia, las ballenas (7.8 kg) y los elefantes (4.7 Kg) serían mucho más inteligentes que nosotros, y al parecer no lo son.
Lo que parece determinar la inteligencia, por lo menos en parte, es la relación entre el cerebro y la masa corporal y la complejidad de los lóbulos frontales, la parte de detrás de nuestra frente. Nuestro cerebro pesa alrededor de 1.35 kilos, pero representa el 2% de nuestro peso corporal. En cambio, el cerebro de un elefante pesa 4.7 kilos, pero representa el 0.01 de su peso corporal.
Los chimpancés (350 g.) son más inteligentes que los gorilas (430 g) pues su masa corporal es menor, en relación con el tamaño de su cerebro, pero esta “teoría” se aplica sólo a cerebros suficientemente grandes como para albergar complejas redes de sinapsis.
Así pues, parece ser un problema no tanto de tamaño como de arquitectura, sino de diseño. La forma en que nuestras neuronas se organizan y el número de las mismas, es lo que nos hace más o menos inteligentes.
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