sábado, 27 de octubre de 2012

EL CEREBRO DE UNA SUPERDOTADA

Se llama Heidi Henkis, es británica y ya es uno de los miembros célebres de Mensa, la organización mundial cuyos más de 100.000 miembros comparten una notable característica: son superdotados.
El caso de Heidi llama particularmente la atención porque se trata de una niña de 4 años, cuyo coeficiente intelectual (CI) de 159 es equiparable al de Einstein. El CI de un adulto promedio es de 100.


Heidi empezó a hablar antes del año, usando frases completas; a los 2 años, sabía leer, aun cuando nadie le había enseñado; podía contar hasta 40 y sumaba y restaba.

Según Mensa, los signos de un niño superdotado, como Heidi, incluyen una memoria poco común, aprender a leer a temprana edad, intolerancia a otros niños y conciencia sobre los acontecimientos mundiales. También hacen preguntas todo el tiempo.
Pero ¿qué hace que una niña pequeña alcance un CI tan alto? La humanidad, que les confiere un gran valor a las inteligencias superiores, siempre se ha cuestionado sobre el tema, y reflejo de ello son los estudios disponibles.
Hace unos meses la revista Nature divulgó un trabajo de la U. de California (Los Ángeles) que demostró que el cerebro de niños extremadamente inteligentes crece de manera distinta.
Primero es necesario entender que la corteza cerebral -sitio donde los investigadores usualmente ubican la inteligencia- se engrosa a medida que el niño crece y hasta cierta edad; luego reduce, progresivamente, su espesor.
La corteza de niños con una inteligencia media (con un CI de entre 83 y 108) alcanza el grosor máximo a los 7 u 8 años. En contraste, el mencionado estudio comprobó que las cortezas de los pequeños muy inteligentes (es decir, con CI entre 120 y 149) seguían engrosándose hasta los 13 años. En otras palabras, les crece por más tiempo.
Judith Rapoport, investigadora del Instituto de Salud Mental de EE. UU. y quien participó en la investigación, concluyó que el cerebro de los niños superdotados es más moldeable y tiene una gran capacidad de modificarse y adaptarse, determinada porque el período de engrosamiento y adelgazamiento de su corteza tiene una mayor trayectoria en el tiempo y un ajuste distinto de las estructuras que sustentan el pensamiento de mayor nivel.
También se demostró que los niños que tenían esta característica (la corteza más gruesa) tenían un CI más estable. Los investigadores se dieron a la tarea de buscar los factores tras ese crecimiento, de modo que les hicieron pruebas genéticas y detectaron en algunos la presencia de genes que influenciaban, así fuera de manera mínima, la actividad cerebral.
También se planteó la teoría de que estos cerebros pueden ser afectados por factores como la dieta, las horas que pasan en la escuela y el número de hermanos. Paul M. Thompson, experto en imágenes cerebrales de la Universidad de California, encontró, tras analizar los cerebros de gemelos, que si bien la corteza participa en la inteligencia, el aumento de materia gris que se ve en los lóbulos frontales y las áreas parietotemporales relacionadas con la inteligencia está determinado, esencialmente, por factores genéticos. "A pesar de la importancia de los genes en la función cerebral, muchas veces estos no son nada sin las experiencias vividas; en otras palabras, los genes y las experiencias determinan la capacidad cerebral", señaló el experto Thompson.
Neuronas conectadas
El grosor de la corteza no es el único factor de una inteligencia promedio o superior; se requiere que las neuronas tengan un mayor número de conexiones entre sí para que haya más vías disponibles para los estímulos. Esto redunda en una mayor capacidad para asociar ideas y evocar situaciones, que es la base de la memoria; también para que las sustancias químicas del cerebro lleguen más rápido a ciertos sitios, lo cual otorga mayor capacidad para conceptualizar, abstraer, entender y proyectar el lenguaje.
Coeficiente
Una cifra no constante
Un estudio de la U. de Londres y el Centro de Neurociencia Educacional, ambos del Reino Unido, mostró, por primera vez, que el CI no es constante. De hecho, este puede aumentarse o reducirse de forma significativa durante la adolescencia y la edad adulta, aunque aún no se ha encontrado la razón fisiológica por la que esto ocurre. No obstante, otra investigación de la Universidad de Pensilvania (Filadelfia, EE. UU.) halló que un CI elevado es fruto de una gran inteligencia y una gran motivación.


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