Un roce con la nariz en el cuello, una carantoña suave en la rodilla, un dedo que se desliza alrededor del lóbulo de la oreja... todas estas son caricias que podemos percibir como agradables y placenteras, muestras de amor o como un verdadero ataque, según de quien procedan.
Neurocientíficos del Instituto Caltech de California (EE UU) han descubierto que de establecer esta diferencia se ocupan neuronas presentes en el córtex primario somatosensorial del cerebro, que no solo evalúa el contacto físico objetivamente, sino también la carga emocional.
Mediante la utilización de un escáner de resonancia magnética funcional, estes investigadores han sido capaces de observar el cerebro de hombres heterosexuales que eran acariciados en la pierna al mismo tiempo que veían un vídeo de una mujer atractiva acariciándole la piel, en unos casos, y el mismo vidio protagonizado por un hombre, en otros. La primera práctica les produjo placer, mientras que en el segundo caso los sujetos afirmaron sentir un rechazo visceral. Esa diferencia ha sido la misma con la actividad registrada en la corteza primaria somatosensorial.
"Por primera vez hemos demostrado que esta zona del cerebro, que percibe si un objeto es liso o rugoso, también es sensible al significado social del contacto físico", aclara Michael Spacio, coautor del estudio, que añade que no procesamos por separado las características físicas y las emocionales de una caricia. “La emoción está presente desde el principio”, concluye.
Ell holandés Christian Keysers, su compañero de investigación, asegura que "nada en nuestro cerebro es totalmente objetivo". "Nuestra percepción está profundamente marcada por lo que sentimos hacia las cosas y las personas", añade. El hallazgo podría ayudar a modelar las respuestas sociales al contacto físico en las personas que padecen autismo desde edades muy tempranas.
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